Conservación

La disposición geográfica de las hoyas de Guadix y Baza, situadas en la ruta natural que pone en comunicación el levante con la alta Andalucía, ha sido determinante en la configuración de una esencia histórica tan contrastada como su propio paisaje. Las extraordinarias capacidades físicas del territorio han modelado el carácter de los asentamientos que sobre él se sucedieron desde la Antigüedad hasta la conquista castellana, y con ello la variada calidad de su cultura material, objeto preferente de las disciplinas arqueológicas.

La proliferación de hallazgos hacen de la Cuenca Guadix-Baza uno de los emplazamientos más ricos del continente euroasiático, mostrando una extraordinaria variedad por sus recursos paleontológicos y prehistóricos. El valle del río Gor o la Sierra de Orce destacan por las evidencias megalíticas y la ritualiad funeraria, en combinación con las figuraciones rupestres de Darro y los Montes. La ocupación ibérica de la Bastetania hallarían en las inmediaciones de Baza uno de sus principales enclaves, tanto como la colonización romana la hallara en Acci, sobre la que luego se alzaría la ciudad de Guadix. La temprana presencia del cristianismo avala el interés que este territorio del sureste peninsular alcanzó en la Antigüedad, generando una temprana tradición hagiográfica que más tarde serviría para reclamar su preeminencia eclesiástica.

El dominio territorial durante el periodo musulmán legaría un aprovechamiento intensivo de los recursos hídricos y agrarios en el Cenete, custodiada por una eficaz red de fortificaciones para la defensa de la frontera con Castilla. Precisamente, la conquista castellana configuraría el diseño de las ciudades neocristianas de Guadix, Baza y Huéscar, donde la edilicia monumental iría acorde con el prestigio institucional otorgado por el Corregimiento y el Obispado. Esta presencia en un espacio aún muy islamizado daría lugar a episodios de sincretismo expresados a través de las parroquiales mudéjares, junto a experiencias tan radicales como el castillo-palacio de La Calahorra. Una profunda dualidad que trataría de conciliar la monumentalidad de la arquitectura señorial con la singularidad de la habitación en cueva, y que por fuerza había de modelar un carácter propio arraigado aún hoy en sus manifestaciones festivas y en la ritualidad religiosa.

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